Simón, conocido como Pedro, fue el jefe de los doce apóstoles por voluntad del mismo Jesús, que lo designó como fundador de la Iglesia. La predicación de la Palabra lo llevó por innumerables tierras, hasta Roma, donde fue martirizado bajo el emperador Nerón y donde fue enterrado.
La tumba de san Pedro fue, desde el principio, centro de culto apasionado por parte de los primeros cristianos. La presencia de los restos de tan importante apóstol en Roma ha sido siempre motivo de gran orgullo y fervor por parte de los fieles. Y lo mismo ocurrió con los restos de san Pablo, quien estuvo asociado a san Pedro desde el inicio de la cristiandad, y que incluso comparte con él su fiesta el 29 de junio. Siempre es fascinante detenerse en cómo dos hombres tan diferentes en historia y vocación se asocian en el corazón y la espiritualidad de los cristianos, considerados baluartes de la fe e incluso símbolos de la Iglesia católica.
En cuanto a la tumba de San Pedro, con el tiempo se ha convertido en un punto de referencia espiritual para los cristianos de todo el mundo, comparable a la Basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén, levantada en el lugar donde Jesús murió y fue sepultado.
Hoy en día, quienes visitan la Basílica Vaticana pueden admirar el imponente Baldaquino de San Pedro, uno de los monumentos más sorprendentes del arte barroco, que se alza sobre la tumba del Santo, y el altar mayor que mandó construir Clemente VIII, sobre el que se eleva la majestuosa cúpula de Miguel Ángel. Pero no siempre fue así.
Originariamente, los restos del Santo fueron colocados en una tumba excavada en la tierra, no lejos del lugar de su martirio: el circo de Nerón, los suntuosos jardines donde el Emperador infligió torturas indescriptibles a los cristianos. Si originalmente la tumba del Santo estaba marcada por un simple edículo votivo, el Trofeo de Cayo, pronto se le concedieron honores adecuados, primero con la construcción a su alrededor de un monumento por voluntad del emperador Constantino, que era de tres metros: un alto paralelepípedo de mármol y pórfido. Luego, en el año 320, con una imponente basílica destinada a proteger los preciosos restos a modo de caja, diseñada de manera que la tumba de San Pedro coincidiera con el altar mayor.
Con los siglos y la sucesión de Emperadores y Papas, la tumba de San Pedro se fue englobando en altares cada vez más suntuosos, que sólo las excavaciones arqueológicas de mediados del siglo XX revelaron, capa tras capa. Tras el monumento decidido por Constantino, vino el de Gregorio Magno, a su vez encerrado en el altar hecho por Calixto II. La que aún hoy podemos admirar bajo la cúpula de Miguel Ángel data de 1594 y fue construida por voluntad de Clemente VIII, pero, mientras tanto, la basílica había sido demolida en su totalidad y reconstruida por voluntad del Papa Julio II. Así nació la Basílica de San Pedro que todos conocemos y admiramos.
El aspecto más interesante para los cristianos es la centralidad que mantuvo la tumba de San Pedro a lo largo de estos cambios arquitectónicos.
Las excavaciones arqueológicas que permitieron descubrir las diferentes evoluciones de la tumba de San Pedro comenzaron en 1939. Fue a raíz de un derrumbe accidental que reveló bajo el suelo de las cuevas junto al altar de San Pedro una antigua cámara mortuoria romana. El Papa Pío XII sabía que un antiguo documento conservado en la Biblioteca Vaticana, el Libro de los Papas, describía el lugar de enterramiento de San Pedro y continuó las excavaciones en gran secreto. Descubrieron numerosas tumbas paganas, estatuas y, finalmente, una tumba decorada con imágenes cristianas. Por fin, los arqueólogos encontraron los altares mencionados anteriormente y, finalmente, una pared pintada de rojo contra la cual se había erigido un santuario funerario, el Trofeo de Cayo.
Al principio, los investigadores no tenían certeza de que la tumba fuera efectivamente la de San Pedro. Allí no aparecía su nombre y, en cualquier caso, sus restos no habían sido encontrados allí. Posteriormente, Margherita Guarducci, epigrafista y arqueóloga, logró descifrar los grafitis, aparentemente incomprensibles, presentes en la pared sobre la que se levantaba el primitivo edículo erigido como monumento funerario. Descubrió así que el nombre de San Pedro aparecía constantemente en estas inscripciones y reconoció dos en particular: “Cerca de Pedro” y “Pedro está aquí” (en griego: “Petros eni”). Tras investigar más a fondo, se enteró de que los trabajadores habían encontrado previamente un nicho tallado en la pared y cubierto de mármol, del cual se habían extraído huesos humanos. Se trataba precisamente, como confirmaron sucesivos análisis, de las reliquias de San Pedro, trasladadas por voluntad de Constantino desde la tumba excavada en la tierra a este lugar más adecuado.
Aunque en 1965 el Vaticano hizo públicos los resultados de las investigaciones de Guarducci, continuaron agrias disputas entre clérigos y expertos sobre los restos de San Pedro, hasta el punto de que los huesos fueron incluso retirados del nicho del Muro de Graffiti. Sólo el 5 de diciembre de 2013 el Papa Francisco los devolvió al lugar que les correspondía, después de la cuidadosa revisión deseada por el Papa Benedicto XVI, quien confirmó lo que Margherita Guarducci había descubierto. Efectivamente se trataba de la tumba de San Pedro.
Ya sabemos que Pedro está enterrado en la colina Vaticana, El nombre Vaticano proviene del término “Vaticinio”, de vaticinar el futuro, dado que a esa colina, iban las vírgenes vestales una vez que cumplían su servicio en el templo de Vesta y su labor era la de ser pitonisas, es decir predecir el futuro a quien lo solicitara.
Las tumbas de los Papas
Sobre el enterratorio de los sucesores de Pedro hay una cuestión quizás banal, pero que tiene un significado profundo, estrictamente ligado a la naturaleza misma de la figura del pontífice. Las tumbas de los papas en las Grutas del Vaticano (nosotros las llamaríamos criptas), están decoradas con obras de arte. En muchas épocas de la historia, ser enterrado en este lugar se consideraba un honor al que aspiraban todos los pontífices, pero no sólo ellos. En las cuevas también se encuentran hombres y mujeres que se distinguieron por su importancia y su valor moral, entre ellos dos reinas. A pesar de esto, en el pasado también algunos Papas prefirieron ser enterrados en otro lugar. Por ejemplo, en san Juan de Letrán, (que fue sede del papado durante muchos siglos), hubo una necrópolis dedicada a numerosos papas medievales durante casi todo el siglo XII y alberga, entre otros, los restos de León XIII, mientras que Pío IX reposa en la basílica de San Lorenzo al Verano.
Y como es lógico esperar de una figura tan importante, el entierro de un Papa están regulados por una serie de tradiciones y rituales codificados a lo largo del tiempo. En primer lugar, la muerte del pontífice debe ser verificada oficialmente por el camarlengo, el cardenal encargado de administrar las finanzas de la Santa Sede y de presidir la sede incluso cuando ésta esté vacante. El reconocimiento deberá realizarse en presencia del maestro de celebraciones litúrgicas y del secretario y canciller de la Cámara Apostólica.
El camarlengo, nuevamente, coloca los sellos en las habitaciones del Papa. El vicario de Roma, por su parte, se encarga de dar a conocer la noticia a la ciudad y al mundo. Sólo entonces se abre la puerta principal de la Basílica de San Pedro y suenan las campanas con toque de difunto.
En ese momento comienzan los ritos funerarios propiamente dichos. Los restos están vestidos con vestimentas ceremoniales papales: la mitra blanca, la casulla roja, el palio de lana blanca con cruces negras. Así compuesta, se expone para homenaje de los fieles en la Basílica de San Pedro durante tres días. Durante nueve días los cardenales celebran los Novendiales, el funeral del alma del papa y se encargan de romper el anillo del pescador, una de las insignias que recibe el papa al inicio de su pontificado y que otrora se usaba como sello en lacre para los documentos papales, también se rompe el sello de plomo que utiliza para formalizar las cartas apostólicas. En el pasado, el cuerpo del Papa era a menudo embalsamado y el corazón y otros órganos cercanos se conservaban en vasijas específicas, muchas de las cuales han sobrevivido.
El funeral literal se celebra en San Pedro con una Misa poenitentialis, en presencia de delegaciones estatales de todo el mundo. Al final, el cuerpo del Papa es colocado en tres cajas colocadas una dentro de otra, una de ciprés, otra de plomo y otra de nogal y, finalmente, es enterrado en las Grutas Vaticanas, a menos que el Papa haya dejado otras disposiciones por escrito.
Este ritual se llevó a cabo hasta el fallecimiento del papa Benedicto XVI, pero el papa Francisco lo ha cambiado y lo dijo al periodista español Javier Martínez-Brocal el cual publica el diálogo en su libro-entrevista. Nos relata el papa Francisco sobre este tema: “(el velatorio) será con dignidad, como cualquier cristiano, pero no sobre almohadones. En mi opinión, el ritual actual estaba demasiado recargado. Eso de hacer dos velatorios me parecía excesivo. Que se haga uno solo y con el papa ya en el ataúd, como en todas las familias. Ya no se hará una ceremonia para el cierre del ataúd. Se hará todo en la misma ceremonia, como con cualquier cristiano. Además, en mi caso me van a tener que llevar a la basílica de Santa María la Mayor. Cuando termine el funeral, que me lleven allá”
¿Pero cuántos papas ha habido? Según la cronología oficial, el Papa Francisco sería el Papa número 266 en la historia de la Iglesia. Antes de él, hubo 265 papas, número que incluye a los que reinaron en Roma y a los que tuvieron como sede Aviñón. De hecho, una mirada más cercana muestra que ha habido pontífices que han reinado por más de un mandato, o que han sido depuestos y luego reelegidos por acontecimientos políticos. De estos 266 Papas, 81 son venerados como santos, 10 han sido beatificados y 3 están en proceso de beatificación. Dos papas, León Magno y Gregorio Magno, recibieron el título de Doctor de la Iglesia. Como hemos leído, el Papa Francisco, ha morigerado las ceremonias exequiales para hacerlas lo más simples posibles. Como él insiste “como en todas las familias”