Hay algo que no se le puede reprochar a Javier Milei: le puso nombre a una convicción colectiva: la casta. No inventó la palabra, la direccionó.
La peor de las castas es la casta política, según Milei. No es la única que hay, pero es la que le pone palos en la rueda a la libertad. En nuestra acepción un poco menos mística, oficia de polea de transmisión para que el poder se ejerza sin el uso de la fuerza bruta, votos mediante, y se transfiera del pueblo a la oligarquía. La casta es un dispositivo.
La casta es siempre mala aunque la política no tenga la culpa. Hay políticos buenos, con vocación de servicio, y políticos malos que se sirven de la política para hacer negocios personales o la ponen al servicio de las corporaciones. Zdero, sin ir más lejos, es la casta. Ganó pero es la casta.
Y por supuesto la casta es transversal a los partidos políticos. Cuando Jorge Capitanich habló de constituir un ‘Gabinete en la sombra’ apuntaba a tener desde el PJ una herramienta de control democrático del gobierno, pero necesitaba intérpretes con vocación de servicio que pensaran un proyecto de provincia, programas, alternativas para el bien común. Burócratas no necesitaba: ya tenía un montón. Pues bien, el ‘Gabinete’ nunca se constituyó. Ganó la casta.
Volvamos a Zdero. Las filtraciones respecto al gasto en propaganda oficial para crear un cerco mediático que lo aísle de la falta de gestión y el entramado de corrupción que armó bajo sus pies (sin ir más lejos, tres diputados peronistas acaban de llevar a la Justicia una denuncia por la falta de rendición de $109 millones en el Instituto del Deporte) son el índice de que la casta está vivita y coleando. No por nada el presentador de Telenueve Denuncia comparó a Marcos Resico con Horacio Rey. Si no fuera porque el fiscal federal Patricio Sabadini está con el corazón partío, ya estarían todos imputados y en la gayola.
Perón decía que los radicales “…sobre todo padecen de una insuperable imposibilidad de hacer, de construir. Tienen la manía de hablar sobre los problemas, de no darles solución (…) Ninguno de ellos podía desprenderse de esa mentalidad de café”. Lo que no pudo predecir es que el peronismo también se llenaría de charlatanes, de atorrantes, tilingos y fachos. Ser casta es una elección existencial, una filosofía.
La presentación de un nuevo sello en el peronismo, deja vu que viene a repetir la fórmula infinita de buscar cargos con el argumento de que no se buscan cargos ahorrándose el esfuerzo de presentar un proyecto de provincia y apoyándose en un improbable caudal de votos, es otro ejemplo de cómo sigue ganando la casta. Y esto al margen de que el peronismo se deba un debate para definir el rumbo.
En medio de la rutina de preguntarnos cómo vamos a pagar la factura de Secheep o qué marca de fideos nos podemos permitir, nos alimentamos de escándalos cotidianos, de insultos e inmoralidades. El problema de apuntarle a la casta es llevarse puesta a la política como herramienta transformadora.
Lejos de estas reflexiones, la dirigencia castosa sólo mide sus posibilidades de éxito en términos de integración de listas para seguir viviendo de la política. Y los que tienen caja meten la mano sin vergüenza. Que debatan los giles.